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27 El hombre ama cuando quiere y la mujer cuando puede.   por   Alguna
 
 
AnaAbregu 6/15/2012 | 11:20:11 p.m.  
 
Comichorros en la Buenos Aires Negra
Heroes de historieta, delincuentes con leyendas, comisarios de teatro.
Tags:
  BAN   Buenos Aires Negra   literatura   literatura latinoamericana   Ana Abregú   metaliteratura   revista de literatura   escritora argentina
 

 

 
Fue una velada más extraña de lo que pensé. La propuesta, dentro del marco de la Buenos aires Negra que se realiza en el Centro Cultural San Martín, tuvo como invitado, en una sala a un personaje mítico de la delincuencia, ”La Garza” Sosa, conocido por haber robado bancos y camiones de caudales.
La platea estaba completamente hipnotizada con este personaje, contando sus “andanzas”, las cuales fueron matizadas con una forma de referirse al público que rozaba con la ambigüedad, asombrado y expresándolo todo el tiempo, y cito: “Estoy en calle corriente, Ernesto, vos no sabes lo que es esto para mí”, cubriéndose los ojos, incrédulo todo el tiempo, se podía ver el despliegue de la construcción de una leyenda.
Las palabras código como sinónimo de honor, la palabra amor, como sinónimo de permisos para transgredir.
 
En el video podemos ver a La Garza Sosa, en diálogo con el escritor Ernesto Mallo.
 
 
 
Personalmente, aunque me quiero abocar a las anécdota, que fueron jugosas, no puedo dejar de lado la realidad, en la que en la siguiente hora, y sentado en la misma silla que “La garza” Sosa, estuvo sentado el Subcomisario de la policía Federal, Jorge Pedace, y el subcomisario retirado Eugenio Zappietro, Jefe de la División Museo Policial e Investigaciones Históricas y escritor actualmente, bajo el nombre Ray Collins.
 
 
 
 
Entre otras situaciones bizarras, el moderador del encuentro con comisarios, Rodolfo Palacios, periodista de policiales, estuvo en el encuentro con “La Garza” Sosa, en calidad de amigo.
No fueron simultáneos, primero ocurrió uno, después el otro.
Presentado es escenario, necesito empezar por el principio: el encuentro anterior a estos, “Héroes de Historieta”, viene a cuento porque este artículo tiene que ver con la teatralización, con el escenario, el resultado y mis reflexiones personales.
El encuentro “de Héroes de historieta”, estuvo compuesto por la presencia de Carlos Sampayo, Rodolfo Santullo, Juan Sasturain y la moderación de Thomas Dassance.
 
 
 
 
 
En lo que estuvieron de acuerdo estos escritores, además de lo que comenté en el artículo anterior que publiqué como: Ban Suburbia urbana, es en la dificultad para escritores, guionista, historietitas de construir un género de policial argentino, porque el género requiere, como componente fundamental: la verosimilitud; por unanimidad entre expositores y público quedó claro que en Argentina no se puede utilizar un personaje de policía bueno. Entre anécdotas de cárceles, desapariciones de comisarías, delitos que todos los días en diarios se leen, hubo un acuerdo general que en la mayoría de los delitos, siempre está la sospecha de que hay involucrado un policía o varios y en caso de no haberlo, la desestimación por parte de la policía ante la denuncia de delitos, de los cuales los más conocidos son la violencia de género. Das cuenta de ello los miles de testimonios de mujeres golpeadas e incluso muertas cuyas denuncias fueron desestimadas, encontrando un final fatal en muchos casos.
En otras palabras, la idea general es que la policía, encarnada en la federal, la metropolitana o la bonaerense son organismos a los que es mejor evitar, y que no son una garantía ni de justicia ni de protección.
No es una sensación o una opinión, las pruebas están en la misma literatura, en todas sus formas, en el policial argentino los héroes, investigadores, los buenos, son o gente común o periodista, en algún que otro caso abogado, nunca un policía.
Bajo esta perspectiva, compartida con el público que hizo sus propios aportes sobre corrupción, matonismo y todo tipo de grandes y pequeños delitos, desde robos hasta asesinatos producidos en las mismas comisarías o la calle, el siguiente encuentro, con “La garza” Sosa, no me pudo sorprender.
Este personaje que dio cuenta de sus razones para delinquir, de su código para mantenerse en el robo y no a viejitas o mujeres, sino a bancos, no pudo sorprenderme que despertara admiración.
Sobre todo cuando surgió el tema que el verdadero robo del siglo ocurrió durante el corralito –aquel en el que los bancos se apropiaron de los depósitos de todos los argentinos-, ante la comparación, quedó claro que para presentadores y público, mayor ladrón era el banco antes que alguien como “La garza” Sosa.
Desde luego que este personaje conquistó al público, hubo empatía y consenso con la opinión en general sobre quiénes son peores, si los policías o los ladrones, sin dejar de mencionar el comentario de Sosa: “el negocio de los celulares, aquellos que se llamaban zapatófonos, lo trajo Macri a la Argentina, ¿vieron que no todos los ladrones van presos?”.
Bajo esta atmósfera de leyenda, de casos que el personaje compartió con el público de mostrarse asombrado de tener un público, aprovechó para contar que con la ayuda del “ángel guardián”, presente, Rodolfo Palacios, el periodista, está escribiendo un libro de su historia.
Bajo el espíritu de ese encuentro, en el que el público se rió, aprobó, se fascinó, el siguiente encuentro, con Comisarios, ofreció un escenario irreal digno de una puesta en escena teatral.
Creo no equivocarme al indicar que el público era el mismo, sumándose unos que otros.
En principio, la actitud de ambos comisarios fue de autocomplacencia, en la postura, ya se sabía quién llevaba la voz cantante, el comisario Zappietro, ocupaba el centro y con su brazos estirados apoyaba las manos en el escritorio, cubriendo la extensión de la mesa, y desde el primero momento tomó la palabra, dejando poco y nada para sus compañeros de mesa.
Rodolfo Palacios como moderador, ya desdibujado y la pobre presencia y más invisibilidad de un personaje que no figuraba en el programa, de quién Zappietro se mofó, sin que el público pudiera enterarse a qué venía su presencia y ni qué hacía en esa mesa.
Lo que me llamó la atención fue que estos señores, que debían hablar sobre el tema Interrogatorio, se la pasaron indicando las diferencia de un “antes” y un “después”. No puedo evitar pensar que ese antes y después fueron de épocas negras en la actuación policial, y esta gente hacía reclamos de cómo era mejor todo cuando ellos se ocupaban de aspectos que ahora llevan adelante abogados, por ejemplo el interrogatorio.
Entre otras cosas, el discurso era tan extraño, que nunca se habló de delitos, ni de anécdotas personales, cuando las hubo, fueron tan enigmáticas, como un código entre ellos mencionando “el caso” tal, mirándose entre ellos y el público excluido. El encuentro se limitó a  sumar datos a la leyenda de Meneses, famoso comisario inspector, cuya leyenda se basa precisamente en su supuesta honestidad y bien de hombre.
Zappietro se tomó casi todo el tiempo para contar anécdotas de su jefe que lo dejaban como un buen policía.
Más allá de la teoría sobre el Interrogatorio, donde se dejó claro que se hablaba de “quebrar” al delincuente hasta confesar, dejando claro que no hubiera golpes, el único que parece que siguió ese método con éxito fue precisamente Meneses.
Entre este discurso de quejas y autocomplacencias de sí mismos, estos dos comisarios hallándose la razón entre ellos, ante un público silencioso que no emitió ningún mensaje de empatía, coló un tema que me causó una profunda preocupación.
Según ambos comisarios, los estudios, la educación, no era garantía de “buen policía” –dicho esto en un contexto misterioso de lo que ambos llaman buen policía, teniendo en cuenta que hablamos de los mismos a que se hizo referencia en el encuentro con historietistas, escritores y público presente, sin nombrar a los miles de delitos que vemos todos los días en la tv y otros medios-, esto, según estos comisarios, quedaba demostrado porque los “ascensos”, no eran para gente con formación. Los ascensos, las jinetas, dijeron con orgullo, las logran los policías con menos títulos.
Sellando con esa opinión la “garantía” de tal afirmación. Es decir, estos señores no asumen que los medios por los cuales se eligen los “ascensos”, dependen precisamente de los mismos, que como ellos desprecian la formación, el estudio, la educación, en fin, aquello que mejora toda institución.
Para esta gente, la “calle” es la escuela  - dicho por ellos mismos -, no tuvieron ningún problema en expresar cierto desprecio por la “forma nueva”, en donde los interrogatorios los llevan a cabo los fiscales, indicando que la “capacidad” para lograr que los delincuentes confiesen está en esos policías, los que se formaron en la calle.
Deben ser buenos policías, porque tenían razón en una cosa: en que al dejar hablar a la gente de cualquier cosa, método que ellos afirmaban usar, la confesión aparece sola, hay que ser astuto y escuchar. Eso es precisamente lo que estaba pasando, estábamos en presencia de confesiones que dejaron muy en claro confesiones por parte de los comisarios.
La sensación de desazón con que salí de este encuentro es indescriptible, no me extraña que el público haya sido conquistado por  un ex maleante, cuya observación sobre la protección, los códigos de respecto para con la gente común, las anécdotas de defensa con las mujeres, los niños, la familia, la gente mayor, parecía mucho más cercana al sentir de la gente y sobre todo real, dada la biografía bastante conocida del personaje, frente al discurso deshilvanado, y más bien fantasioso, completamente desviado  de la imagen que presenta la policía frente al público y a la realidad de todos los días. Sobre todo porque la charla versó sobre los nuevos métodos, en los que la policía no es la que investiga los delitos.
Recuerdo ahora el comentario de Reynaldo Sietecase, cuando dice: los delincuentes que tenemos es un reflejo de la sociedad que somos.
En nuestra sociedad, golpeada por los poderes económicos, sin protección de las instituciones policiales que causan más miedo a la sociedad que algunos delincuentes, con jóvenes que termina muertos en las comisarías, bajo situaciones que quedan impunes, son con policías que se presentan con logros de individualidades del pasado y no puede dar cuenta de hechos presentes y mucho menos que representen siquiera un personaje digno de credibilidad para el tema que los convoca.
Es para sentir miedo.
Y en todo este artículo no mencioné la palabra inseguridad. Ahora lo hago, es casi el reclamo diario hacia las instituciones, sin importar el gobierno de turno.
No digo que los señores comisarios, cuya actuación o currículum desconozco fueran ineptos o algo por el estilo, sobre todo cuando conozco la sobrada actuación de Ray Collins en el mundo de la historieta, en las revistas El Tony, D’artagnan, Fantasía, de la editorial Columba – su famosos personaje de Precinto 56, que no me extraña que se usa la palabra poco conocida como “precinto”, para “una de policías” como él mismo expresó-,  digo que en la realidad que nos muestran los medios, los relatos del común de la gente, la institución policial es poco creíble, y que ellos se refleja en la producción de nuestros escritores y artistas; para quien haya ido a escuchar a los comisarios en este encuentro para encontrar alguna señal de que esto vaya a cambiar en un reciprocidad con personalidades que de otro modo no podría conocer, tal sensación ha empeorado.
 
Entremés o pequeña escena teatral que intervenía en las presentaciones:
 
Tuvo mucha aceptación en el público que premiaba la intervención con calurosos aplausos, tal vez más por la novedad que por los contenidos, variados y entretenidos, le sacaron sonrisas al público.
 
 
 
Se pueden ver más videos de los encuentros en: http://www.facebook.com/media/set/?set=vb.647548860&type=2
 
Ana Abregú.
 

Ana Abregú.

www.metaliteratura.com.ar

 

 

 

 

 
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  Comentarios: 1      
1- Gorda 6/18/2012 09:55:26 p.m.

Es de no creer, en todos los medios cubrieron a los chorros...bromeraon los admiraron..sos la única centrada?

Para cuándo un país que meta preso a los maleantes en vez de darles prensa...

 
 
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